domingo, 13 de abril de 2014

Allá en la penumbra se encontraba, solamente la tenue luz de una vela iluminaba la estancia. Él era joven y mantenía la mirada perdida entre la oscuridad mientras sostenía un cigarro, uno apagado. Mas nunca los encendía. Era una metáfora, así es, le encantaban las metáforas. Esta en especial era una de mis favoritas, “te colocas el arma asesina entre los dientes pero no le concedes el poder de matarte”. Me recordaba al protagonista de un buen libro que leí hace tiempo. Él se puso en pie y avanzó hacia el alféizar de su ventana. Era una fría noche de enero y supuse que buscaba, y no dudo que vio, la estrella que más destacaba entre la oscuridad de la noche. Seguro que pensaba en ella, siempre lo hacía. Pensaba en su madre, murió de cáncer hace un año. 

Yo en cambio, estaba ahí, sentada en uno de los viejos sillones simulando leer un libro. Escuché débilmente como decía; 'bah', seguidamente de un 'ay'. Todavía le dolía. Dudé en acercarme, me dejé llevar por mis piernas y a los pocos segundos me encontré yendo hacia la ventana. Lo abracé, por su cara resbalan gruesas lágrimas que iban a parar a mi camisa. Pero no me importaba. No hablamos mucho, nunca lo hacíamos. El silencio era lo nuestro. Los dos lo entendíamos y apreciábamos. Era nuestro más valioso secreto. Nos gustaba. Pero en ese momento, se separó de mí y me dedicó una débil sonrisa. No solía hacerlo, es decir, no solía sonreír. Tuvo que pasar por momentos dolorosos, supongo que duele haber visto morir a quien más quieres. Y es por eso que desde que se fue su madre no era costumbre verle de esta forma pero hay veces que lo hace, y en serio que jamás se le ve con tan buen aspecto. 

Se alejó de mí por completo y va hacia la puerta. Imaginé que querría pasear, huir durante unas horas. Le seguí. Llegamos a la bahía. Era realmente bonita. Hasta el puente con forma de tubo era bonito. Y a la luz de la Luna lo eran aún más. 

Por el vasto mar amenazaba con salir el Sol. “¿Ah, sí?” Pensé, la noche había llegado a su fin. Nos quedamos en silencio, (a excepción del sonido de la brisa marina), a ver el amanecer.  Nos aproximamos a la valla de máximo acercamiento “Vaya, sí que es bonita...” Eran mis primeras palabras en toda la noche, y fueron también las últimas. El viento se las llevó, como siempre, como nunca. Me gustaba lo contradictorio, y a la vez me asustaba. Un pensamiento veloz se pasó por mi cabeza. Pensé en Hayas. Me gustaban también. En ese momento me eché a reír ante mis pensamientos. Él me miraba con extrañeza y hallé una pizca de alegría en su mirada. Se mantuvo quieto, observándome, supe que le gustaba estar conmigo, a no ser... No, basta. Decidí alejar ese tipo de pensamientos. Entonces habló él: “me gusta estar contigo. Y sé que a ti también te gusta. Así que callémonos y sigamos observando este amanecer con una buena compañía."

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